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La emoción que nos devuelve a la infancia, ese territorio virgen sin aledaños ni tiempos muertos, porque todo era la vida. Alguien se ajusta el antifaz al rostro antes de salir de su casa para tomar el camino más corto hacia su destino. Un café apurado en la algarabía del bar mientras el silencio del ruán pasa en forma de una túnica que busca compartir su clausura en la iglesia más cercana. La cofradía formada en espera del fervorín bajo la luz de la luna que se hace cuadrada en la negrura compartida y apretada del patio.
El ruido tantas veces soñado, los goznes que giran, la impaciencia de los que esperan en la plaza, los flashes que añaden relámpagos eléctricos al rostro que nos muestra lo mejor que el hombre lleva dentro. Esa mujer que baja del taxi para encontrarse con el Hijo del Hombre y con el hijo que nunca tuvo. Un susurro de cera ardida. La voz de la saeta que rasga el aire y se queda suspendida en las copas de los árboles, donde los pájaros duermen. Gritos de niñatos, ruidos de cristales rotos, serrín en el suelo, agua sucia…
Una niña bosteza y su padre la coge en brazos. Truena la trompetería al otro lado del río. Crujen las crines del caballo y la calle larga se hace más ancha. Nieva sobre el río, caen pétalos desde algún lugar escondido que nadie ve. ¡Ole los que huelen a canela y clavo! .Contrastes absolutos. Dos formas de ver la fiesta. Ruán y capa, esparto y cirios verdes. Gitanos y mulatos, calvario en flor muerta y un Hombre que camina lentamente hacia la muerte. Repelucos que van pintando el cielo de morado.
Amanece lentamente. Vibra el aire con la música callada del palio que va de recogida. Ahora cantan los pájaros y callan los saeteros. Una espina se sigue clavando en la ceja. Un recuerdo nos acompaña como si aún nos llevara de la mano. Olor a calentitos. El café sabe ahora distinto. La ciudad se ha entregado a sus límites. Todo se ha consumado. Silencio de cruces alzadas como sombras de Quien va delante, zancada que todo lo recorre y a todos compadece, desnudez del Cristo que recorre la Catedral envuelto en una niebla de siglos, estallido del arrabal más hermoso al otro lado del río, olor a canela y a clavos que aún no han atravesado las manos que siguen abrazadas al madero.
La Madrugada es todo esto…y la Macarena
Fdo: Francisco Robles.
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